La académica británica Emily Morris sostiene que Cuba ha demostrado que un modelo pilotado por el Estado, que incorpore, de manera controlada, mecanismos de mercado, obtiene mejores resultados –sociales pero también económicos-, algo que –asegura- “debería ser reconocido” en el mundo.

Pero sus ensayos –siquiera una reseña breve- siguen esperando a ser publicados en los grandes diarios.

El sistema económico socialista de Cuba es un fracaso”, nos repiten desde los grandes diarios, para quienes solo existe una opinión en la materia: la de “cubanólogos” liberales como Carmelo Mesa-Lago, profesor de la Universidad de Pittsburg.

Mientras, silencian estudios como los de Emily Morris, investigadora principal en el Banco Interamericano de Desarrollo y profesora de la Universidad College de Londres.

En ensayos como “Cuba inesperada”  o “El rumbo de Cuba”, Morris estudia la aguda crisis económica de Cuba en los años 90, producto de la desaparición de su comercio con la Unión Soviética, comparándola con la que sufrieron, en aquellos mismos años, la propia Rusia y el resto de países del Este de Europa, que acometieron reformas de mercado.

Recordemos que, en menos de cinco años, entre 1989 y 1993, Cuba redujo un 75 % su gasto en importaciones, y su PIB se contrajo más del 35 %. Se imponía entonces una única receta para Cuba: una “terapia económica de choque”.

Un “cambio rápido al mercado libre” era “inevitable”, decían los medios, porque el bloqueo de EEUU impedía lo que sí tenían garantizado en el Este de Europa: el financiamiento del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial.

Morris expone que la trayectoria económica de Cuba, en aquellos años, siguió una tendencia recesiva similar a la de sus antiguos socios. Pero el impacto social fue mucho menos severo.

Entre 1990 y 1993, la esperanza de vida en la Isla se mantuvo estable en 74 años, mientras en Rusia, por ejemplo, el promedio en hombres bajó de 65 a 62 años. Después, en el transcurso de la década, en Cuba se elevó la expectativa de vida de 74 a 78 años.

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