Las amenazas de más sanciones, más presión política y más desprecio a la independencia de las naciones esclavas de la Casa Blanca, parece provocar alguna tímida desavenencia entre ellas.

Hay reticencias ante el carácter agresivo y provocador de Donald Trump, que no perdona a los gobierno «otanistas» que comercien con Rusia o China o permitan proyectos conjuntos, como el del gasoducto Nordstream2, para que sean una realidad en Alemania.

Desde el final de la II Guerra Mundial, en la que los «aliados» no fueron precisamente quienes acabaron con el III Reich, las naciones que no fueron liberadas por el ejército de los EEUU, se adhirieron a una mentira histórica que Polonia lleva al extremo de negar que los más de siete mil prisioneros que quedaban en el campo de concentración de Auschwitz, el 17 de enero de 1945, fueron rescatados por el ejército Rojo.

Hoy son decenas los líderes occidentales e incluso orientales, como Corea del Sur, que bajan la testuz ante la chulería barata del filoterrorista Donald Trump, que aplica presiones al gobierno de aquel país para que envíe buques militares al estrecho de Ormuz y pase a integrar una coalición contra Irán.

No es el único caso en que los intereses económicos de un gobierno, fiel aliado de Washington, se ven afectados por la política antiiraní norteamericana, también destacan las pérdidas sufridas por los productores de carne de Brasil. «Hay un cansancio por parte de sus propios aliados» ante estas presiones, estima el experto chileno en ciencia política Guido Larson.

Podemos afirmar que, hoy por hoy, en Occidente, Oriente y Latinoamérica, existen contados Espartacos, y muchos esclavos sumisos.