Hace unos años, durante el Festival de Cine de Cannes, el público asistente al estreno de la película “María Antonieta” (2006), adaptación de la mediocre novela de Lady Antonia Fraser (viuda de Harold Pinter) “Marie Antoinette“,(sobre la vida de la impecablemente guillotinada reina francesa), prorrumpió en abucheos, pateos, pitos y protestas tras la proyección.

No era para menos, ya que la atrevida realizadora, Sofía Coppola, se había permitido el lujo de presentar a la mentada monarca como una persona tierna y bondadosa, cuando todos sabemos que si el pueblo revolucionario pedía su cabeza, no fue precisamente por las virtudes de aquella mujer.
Menos mal que, entre los hechos reales y la actualidad, ha habido suficiente tiempo e información, veraz, rigurosa y contrastada, para saber que lo que la hija del afamado cineasta norteamericano Francis Ford Coppola había rodado, resulta tan fraudulento y manipulador como la sonrisa del despreciable ciudadano Juan Carlos de Borbón cuando estrechaba la mano de Fidel Castro, Hugo Chávez o Evo Morales.
Lo que ocurrió, como casi siempre que un director yanqui se lanza a analizar sin paracaídas la historia del mundo, es que la Coppola se había metido en un cul de sac, con la osadía inherente a buena parte de la Ganadería Hollywood (de ganar dinero), cuando se trata de hacer un film de carácter histórico, planteando escenas que nunca sucedieron, con el artero objetivo de complacer a una audiencia inculta, incauta, infantil o poco exigente.
Exactamente lo mismo que hicieron, para vivir rodeados de lujo, personajes como Fred Niblo, Cecil B. De Mille, Henry Koster, Delmer Daves o Nicholas Ray, que rodaron kilómetros de celuloide, tratando de aclararnos cómo eran (según ellos, sus productores y guionistas) Sansón y Dalila, Alejandro Magno, Julio César, Marco Antonio, Cleopatra, Moisés, El Cid, Nerón, Calígula, Séneca o el mismo Jesucristo.
Tras leer aquella noticia y algunas duras críticas acerca de la cinta, pensé en una dama a la que se ha presentado siempre como el paradigma de la bondad, la dedicación a las buenas causas y el estoicismo ante la muerte prematura. Me refiero a Eva Perón, de la que Lucia Hiriart, viuda del criminal Augusto Pinochet, es su mayor fan.

RESULTA SARCÁSTICO QUE LA VIUDA DE UN CRIMINAL COMO PINOCHET, SEA LA MAYOR FAN CHILENA DE EVA PERÓN
En cierta ocasión, con motivo del estreno mundial en Londres del espectáculo musical “Evita“, de Andrew Lloyd Weber y Tim Rice, me encontraba en la capital británica. Daba la casualidad que conocía a ambos autores, por un programa de radio de la BBC británica en el que yo participaba en nombre de RTVE.
Se me invitó gentilmente al acontecimiento, pero puedo prometer que, por las conversaciones previas que mantuve con algunos colegas, casi nadie sabia quién había sido la tal Evita, esposa del generalísimo Juan Domingo Perón, uno de los presidentes más ovacionados de la historia argentina del siglo XX.
Una figura idolatrada por millones de trabajadores que creyeron en su honradez, en esa supuesta dedicación al pueblo, tan coreada por la prensa de entonces, aunque tan débil como las medidas que emprendería su gobierno, para que miles de ciudadanos aliviaran la miseria en la que vivían.
Eso, y el saqueo que fue practicando en las arcas públicas, sin que sus seguidores lo hayan siquiera admitido aún en pleno siglo XXI.
El paralelismo entre aquel dictador llamado Perón y el culpable de la muerte violenta de más de un millón de españoles en la península ibérica, es notorio, aunque en asunto de esposas, Carmen Polo de Franco, que no era actriz, aunque lo intentaba en vano con su permanente sonrisa equina y sus limosnas a los pobres, quedaba a la altura del betún si la comparamos con la experimentada Eva Duarte, mediocre cómica que sabía derramar una furtiva lágrima cuando era preciso.

EVITA SALUDA AL CRIMINAL FRANCISCO FRANCO
El primer viaje que hizo a España, también primero a Europa, fue realizado en un avión DC-4 de Iberia que envió el Generalísimo Franco, y Evita recibió los más altos honores por parte de todas las autoridades del gobierno y también por parte de la alta suciedad española.
Después visitó Italia, con una cita de veinte minutos con el Papa Pío XII. La visita ya no fue tan calurosa como la de España, puesto que para una gran parte del pueblo italiano, el gobierno de Perón les recordaba la dictadura de Mussolini.
Días después pasó por Portugal y Francia, donde también sería agasajada, si bien sus enemigos hicieron correr en París fotografías de su época de actriz, en un vano intento por desacreditarla, pero tendría que desistir de un viaje a Londres, ante la negativa de la Reina Isabel de recibirla en el palacio de Buckingham.
La hoy mitificada Evita es, después de 66 años desde su desaparición (26 de Julio de 1952), para centenares de miles de ciudadanos honestos, poco menos que una enviada del cielo, destinada por el mismo Dios para pasar a la historia; una mujer más grande aún que la propia Virgen.
Por un lado pues, se gestaría la leyenda de la madre de todos los pobres, aunque como han señalado determinados críticos, por el otro aparece un segundo rol, explotado hasta la saciedad en las telenovelas: el de la humilde sirvienta que llega a gran señora.
A pesar de haber sido una actriz discreta, Evita era sin embargo totalmente creíble cuando se dirigía a las multitudes. Mucho más que su propio marido, que lo único que anheló en vida, o tras la muerte de su esposa, como se ha dicho, fue atesorar cantidades millonarias de dólares, joyas, posesiones, mansiones y terrenos.

LAS JOYAS MÁS CARAS DE LA ÉPOCA ERAN UNA DEBILIDAD PARA EVA PERÓN
En una de las críticas teatrales de la época se pudo leer: “Evita Duarte modula la voz con una dulzura persuasiva, una firmeza a tono con Catalina La Grande, Juana de Austria o Isadora Duncan, como si se probara la ropa en un ensayo general. Ebria de su papel, etérea en un sueño de fusión con quienes la escuchan, podría romperse las cuerdas de vocales por el peso múltiple – durante la escena de su renuncia – de las voces populares. Evita rindió su voz. Nunca aquel por Perón y para Perón, sonó más angustiado”.
Millones de argentinos saben que hay una historia silenciada sobre esa voz, que se deslizó sin trauma alguno desde el teatro escénico al teatro político.
Bajo la dictadura del matrimonio en cuestión, ella era pues la madre todopoderosa y autoritaria que dominaba con su gesto, pero también la doncella sonriente y sumisa, de baja condición social, aunque en el fondo se sabía de su perversidad, y por ello mismo era peligrosa y temida.
El mito creció hasta el punto de confundir a la primera dama con la propia nación; ambas eran la misma cosa. Pero de la misma forma que el Doctor Jekyll era Mister Hyde, la Evita adorada de las masas peronistas, se convertía por arte de birlibirloque en la mujer fría y calculadora, que casi ningún medio de comunicación estuvo interesado en señalar.
Se sabe de su odio y celos hacia la desaparecida cantante Libertad Lamarque, quien tuvo que exiliarse el resto de su vida a México, para liberarse de la persecución de la que era objeto por parte de la singular Evita.

LIBERTAD LAMARQUE (a la dcha.) TUVO QUE EXILIARSE A MÉXICO PARA SALVARSE DE LOS CELOS DE EVITA (a la izda)
La propia Libertad fue concluyente en este punto, cuando declaró: “El resultado fue que la prensa afirmaba que Eva y yo nos disputábamos los favores de Perón; tan solo pensarlo me da escalofríos… ¡Quién podrá jamás rescatar del río toda el agua sucia de la calumnia!… Impunemente seguirá su curso… y así, una vez más triunfará la infamia”.
La idealización extrema de cualquier mito ha sido la causa por la cual, también los enemigos, que inconscientemente la equiparan con lo terrorífico, les lleva igualmente a la mitificación. Se establecía así un círculo vicioso. Cuanto más siniestra, los adictos más se vieron obligados a idealizarla, para poder mantener esa imagen de madre luchadora y tierna.
Mientras tanto, sus detractores reaccionaban a la creciente idealización, culpándola de fechorías inventadas. Y así, Evita era para unos una santa, y para otros una condenada arpía. En realidad, en ambas tendencias se daban dos imágenes contradictorias en su mundo interno, pero mientras unos proyectaban la cara amable, reprimiendo la oscura, otros hacían lo contrario.
Los peronistas no le reprocharon jamás su lujo, sino que lo aceptaban de buen grado, porque ella era una de ellos, del pueblo. Realizaban así una de sus viejas fantasías. Era la proletaria que se casa con un noble; o la muchacha modesta que conquista a un millonario y llega a ser una dama poderosa.
De mujer provocativa, que lucía joyas y vestidos exuberantes, se convirtió como por ensalmo en “la primera trabajadora del país”. Ya no sería la Cenicienta que va al baile, sino a “la dama de la esperanza”, la que por su sacrificio redime a su pueblo. Y su temprana y mortal enfermedad aumentó aún más la leyenda.
Eva Perón se vio obligada a renunciar a la vicepresidencia, y su imagen ya idealizada, caminó hacia las más altas cotas de santidad. Comenzó a ser la protomártir, la bendita la madre agonizante, idolatrada, a la que Dios había mandando llamar al Paraíso a los 33 años, la misma edad que tenía Jesucristo al morir.

SU MUERTE PREMATURA DISPARÓ AÚN MÁS LA LEYENDA DE SU “SANTIDAD”
Sus opositores, al conocer la real gravedad de su estado, buscaron dos salidas para mitigar la fuerza del mito: negar la enfermedad y proponer cambios inmediatos.
Corrió pues el rumor de que la enfermedad de Eva era un simulacro, que se había creado con miras a las elecciones, o para distraer al pueblo de los graves problemas causados por los mismos peronistas. Mientras Eva agonizaba, unos siguieron rezando y esperando el milagro de su salvación. Los otros aguardaron temiendo su muerte.
Pulularon miles de teorías acerca de todo lo que podría pasar después. Llegó el final: la muerte y el velatorio de Evita. Millones de argentinos aguardaron bajo la lluvia y el frío para verla por última vez. Los hombres lo hacían llorando y besando el vidrio que la protegía y las mujeres se desmayaban y sufrían crisis histéricas.
Pero Evita, como hoy Franco en España, siguió siendo poderosa aún después de su muerte. Por aquellas fechas, manos anónimas y mentes sin piedad alguna, escribían en los muros de Buenos Aires “¡Viva el cáncer!’, en referencia a la dolencia que finalmente llevó a la muerte a la infortunada mujer.
El cadáver de Eva Perón fue embalsamado por el Dr. Pedro Ara, célebre doctor español, del que aseguraban había hecho lo propio con el de Lenin (asunto desmentido por el propio especialista).
Éste hizo un primer trabajo durante toda una noche, recién muerta Eva y con permiso de Perón, pues si no se empezaba a tiempo, no se lograría un buen resultado. Luego su trabajo completo duraría dos años más.

TRAS UN LARGO PERIPLO POR DIVERSOS PAÍSES DE EUROPA, EL CADÁVER DE EVA PERÓN, VARIAS VECES PROFANADO, VOLVIÓ A ARGENTINA
El profesor puso en las manos de Evita un rosario de plata y madreperla que le regalara el Papa en su visita al Vaticano. El cuerpo, dentro de su ataúd con la tapa de cristal, fue depositado durante unos días en el Ministerio de Trabajo.
Más de dos millones de personas desfilaron en menos de dos semanas para dar el último adiós a la venerada Evita. Los tres primeros días de su muerte, todo Buenos Aires quedó paralizado, los únicos negocios que estuvieron abiertos fueron los de venta de flores que cubrían todas las aceras y las calles alrededor del Ministerio citado.
El duelo de toda la nación fue sincero y multitudinario, pese a que había muchos que lo estaban celebrando, pues se habían quitado de encima un enemigo formidable, un tremendo obstáculo para la realización de sus objetivos.
Veamos algunos ejemplos:
Fue Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899 – Ginebra, 1986) quien escribiría: “Durante aquellos años de oprobio y de bobería, los métodos de la propaganda comercial y de la literatura para los no exigentes, fueron aplicados por el gobierno de Perón. Hubo así dos historias: una de índole criminal, hecha de cárceles, torturas, prostituciones, robos, muertes e incendios; otra de carácter escénico, hecha de necedades y fábulas para consumo de patanes. La dictadura abominó (simuló abominar) del capitalismo, pero copió sus métodos, como en Rusia… Más curioso fue el manejo político de los procedimientos del drama o del melodrama”.
Por su parte, Carlos Fuentes (Panamá, 1928) afirmaba: “El arma histórica de la vendetta de Evita fue una sola: no perdonar, no perdonar a nadie que la hubiera humillado. Pero su arma mítica fue mucho más poderosa: Eva Duarte creía en los milagros de las radionovelas. Pensaba que si hubo una Cenicienta, podía haber dos.”
El reconocido crítico Guillermo de la Torre (Buenos Aires, 1900 – 1971) asestaría un golpe rotundo: “Todo en el peronismo fue una colosal impostura. Todo era apócrifo, anacrónico”.

ERNESTO SÁBATO CELEBRÓ LA CAÍDA DEL GENERAL JUAN DOMINGO PERÓN, PERO LA MUERTE DE EVA LE CONMOVIÓ PROFUNDAMENTE
Cuando Perón fue derrocado, camino de su exilio español, al lado de su idolatrado Francisco Franco, Ernesto Sábato (Buenos Aires, 1911) escribiría: “Aquella noche, mientras los doctores, hacendados y escritores festejábamos ruidosamente en la sala la caída del tirano, en un rincón de la antecocina, veía como las indias que allí trabajaban tenían los ojos empapados en lágrimas. Y aunque en todos aquellos años yo había meditado en la trágica dualidad que escindía al pueblo argentino, en ese momento se me apareció en su forma más conmovedora”.
El realizador norteamericano Oliver Stone, durante su estancia en Buenos Aires para rodar una entrevista con la mandataria argentina Cristina Fernández (destinada a un extenso documental sobre los nuevos líderes de Latinoamérica), definió a Eva Perón como una mezcla insólita de prostituta y santa, lo que encolerizó a una gran parte de la sociedad, provocando la ira de algunos medios, que pidieron se declarara al director como “persona non grata”. La respuesta del cineasta fue: “Los peronistas jamás tuvieron sentido del humor”.
No obstante, hay aún tela que cortar, para todos los gustos, en el enorme sudario que cubre la memoria de esta infortunada primera dama.
Lo demuestran los libros autobiográficos, como el que escribió la propia Eva Perón, titulado “La razón de mi vida” (teatral y melodramático), “Mi hermana Evita“, de Erminda Duarte, pasando por el mediometraje “La tumba sin paz“, de Tristán Bauer; o las novelas “Santa Evita”, de Tomás Eloy Martínez; cuentos, como “Ella“, de Juan Carlos Onetti, o “El único privilegiado”, de Rodrigo Fresán; e incluso poemas, como “El cadáver” y “El cadáver de la nación”, de Néstor Perlongher.
Pero lo verdaderamente imprescindible es el análisis concienzudo sobre el personaje de Evita, en el estudio de Marie Langer (Viena, 1910 – Buenos Aires, 1987), “Fantasías eternas a la luz del psicoanálisis”, donde bajo el título de “El niño asado y otros mitos sobre Eva Perón”, la autora hace un interesantísimo retrato de aquella subyugante personalidad.

EL ESTUDIO TITULADO “LIBRO NEGRO DE LA SEGUNDA TIRANÍA” RESULTA IMPRESCINDIBLE PARA COMPRENDER Y CALIBRAR UN FENÓMENO SOCIAL Y POLÍTICO COMO EL PERONISMO, QUE HOY ES ALABADO POR FIGURAS DE LA EXTREMA DERECHA Y LA EXTREMA IZQUIERDA ARGENTINA
Para muchos interesados en el tema, sociólogos, políticos, catedráticos o escritores, el gobierno peronista ha sido una versión del fascismo o del nazismo (y, en el caso los escritores de izquierda, del bonapartismo), en el cual Perón y su esposa muerta (aún embalsamada) eran presentados como hábiles manipuladores de la voluntad de las clases trabajadoras. El régimen peronista era visto como una cadena interminable de actos de corrupción, de tortura y de censura.
Probablemente, el ejemplo más obvio de esta visión del peronismo sea el titulado “Libro negro de la segunda tiranía”, un sumario de las conclusiones a que se ha llegado, a través de las llamadas comisiones investigadoras que actuaron hasta hoy.
Entre otras durísimas reflexiones, se dice: “…lo inexplicable, lo monstruoso, es que Argentina pasara por aquella dictadura, en tiempos de paz y prosperidad (tal era la situación cuando Perón se hizo cargo del poder), sin causas inmediatas que pudiera justificar algo semejante, ni antecedentes valederos que la hagan prever”.
¿Qué queda, hoy en 2018, a los 66 años de su muerte, de la memoria de aquella mujer, que se caracterizó por denunciar hasta el cansancio que la pobreza era la mayor injusticia, pero los necesitados seguían inundando el país?
¿Son comprensibles la nostalgia, la mitificación, los homenajes sin freno a su memoria, como justificadas las diatribas, las críticas crueles, las sospechas de su presunto doble juego y falsedad?
¿Continúa vivo el mito de la Evita del musical británico, la de la mujer “más hombre que Perón”, o por el contrario, el de la dama vengativa que llega desde los suburbios, pero que no soportaba el éxito ajeno?
Sólo el pueblo argentino tiene la última palabra, aunque sean millones quienes saben que, por mucho que se falseen y manipulen los hechos, como hizo Sofía Coppola con su película sobre la reina María Antonieta, los mitos nacionales resultan imprescindibles para mantener esa cuota de orgullo patrio que algunos no soportamos.
(Carlos Tena)
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